Por Juan Ignacio Apogliessi
En impresionante ver al hincha yendo a la cancha. Es impresionante verlo acercarse al estadio, con su atuendo de hincha, con su andar de hincha, con su voz de hincha.
Por donde lo mires, es impresionante.
Verlo cantar, verlo saltar, verlo reír, verlo llorar, agitar su bandera, cargar a su par separado por colores y un cordón policial, sufrir por un ataque del contrario, soñar con un ataque de los que comparten su camiseta (aunque no su salario ni con su pasión), insultar al arbitro (aunque sea el mejor colegiado del país), festejar la victoria, sufrir la derrota…y todo, el hincha es todo una historia en sí.
El hincha pasa del amor al odio con facilidad. El hincha idolatra la calidad de su diez, la entrega de su cinco, el esfuerzo del ocho, la voz de mando de su dos y la seguridad de su arquero. Sin embargo, ante una mala racha le reclama sacrificio al enganche, le pide orden al volante central, le grita “corré” al volante derecho, tilda de “burro” al primer central y le recomienda al guardameta la colocación de “manos” que, de todos modos, ya tiene.
Así se va a su hogar, contento o enojado, en tren o en bondi, escuchando al radio solo para insultar al periodista que dice más mentiras que verdades, o para escuchar al mismo tipo hablando bien del equipo del corazón seguido de un “este sabe, eh”.
Y llega otro domingo y cuando el partido comienza se olvida de los reproches y vuelve a ver a su equipo formado por ese diez mágico, ese cinco elegante, el ocho combativo, el dos experimentado y el arquero de la cantera que con veintipico parece de cuarenta y que da más seguridad que el cana que te toca, en la puerta de la cancha, hasta lo que tu jermu ya ni toca para entrar al ver a esos once tipos que te dan la pauta de cómo vas a pasar toda la próxima semana.
El hincha es así, folclore puro. El hincha grita, desenfrenado, por algo que aprendió a amar desde la cuna, algo que en algún momento de su vida les dio orgullo a los mayores o generó una división familiar por una elección de colores diferente al de papá.
Es hermoso ver al hincha yendo a la cancha. El hincha que no tira piedras, ni revende entradas, ni pide vueltos, ni se cree dueño de lo que nunca por educación ni generosidad va a tener.
Y por suerte, una vez más ví a hinchas en las dos tribunas.
Dedicado a los verdaderos hinchas del club Atlético Independiente y de Racing Club de Avellaneda por haber convertido el clásico del sábado 21 de febrero en un fiesta de color, folclore y paz.