Por Etienne Baigorri
Las peleas entre estudiantes son un hecho cada vez más frecuente en todo el país. Sólo en lo que va del año ya se manifestaron 14.199 casos de agresiones físicas a alumnos de la provincia de Buenos Aires, y en Capital Federal, durante el 2007, se denunciaron 176 incidentes violentos en escuelas.
La cantidad de sucesos con las mismas características da lugar a la duda sobre la responsabilidad de los medios masivos de comunicación en haber puesto en el último tiempo la mira sobre estos casos y dejar la puerta abierta a la imitación.
Alumnos que van con armas a la escuela; robos de material didáctico; estudiantes que se golpean; profesores que abusan sexualmente de los chicos. Últimamente, estos temas son moneda corriente para los medios, ya que la violencia en la escuela se convirtió en uno de los temas fundamentales de la agenda periodística.
El boom de las noticias sobre hechos agresivos entre alumnos comenzó el pasado 20 de marzo cuando Jonatan Otero, de 17 años, fue apuñalado con un cortaplumas por un compañero de curso en una escuela de Villa Gesell. Luego, se sumaron tres casos más sobre violencia entre compañeros de aula, los cuales fueron nombrados por todos los medios. En Paraná, Micaela, de 14 años, recibió golpes de sus compañeras por ser linda y vestirse bien; Ángel, de 16 años, fue internado porque un compañero lo atacó con piñas y patadas al terminar la clase en una escuela de Tucumán y un nene de 10 años estuvo hospitalizado varios días porque un compañero de su misma edad, con quien jugaba al fútbol en un potrero del barrio de Acerías, Santa Fe, lo acuchilló por la espalda.
La realidad es que vivimos en una sociedad rodeada de violencia, pero también es cierto que frente a un hecho concreto los medios han continuado con la búsqueda de casos similares e hicieron parecer que este fenómeno es algo nuevo. Cuando en realidad, la violencia siempre estuvo instaurada en las escuelas.
El problema surge en dividir las aguas entre agredidos y agresores, en contar historias fatales de peleas de niños para generar un negocio mediático y en no tener en cuenta el entorno social y familiar de cada uno de estos chicos antes de ponerles un rótulo. Lamentablemente, todos están perdiendo y en cualquier caso todos son víctimas.
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