20 de julio de 2009

Recordando con alegría y pasión

En homenaje a dos años de su despedida, publicamos el cuento "Los Nombres", del genial Roberto Fontanarrosa.
Gracias Negro por tanta pasión dedicada y plasmada en tus exquisitos textos y demostrarnos que el fútbol es más que 22 hombres corriendo detrás de una pelota.



"Los Nombres"(del libro "Los trenes matan a los autos")

Porque también la cosa está en los nombres, en cómo suenen, en las palabras, pero más, más en los nombres porque se puede estar transmitiendo agarrado al micrófono con las dos manos, casi pegado el fierro a la boca, y la camisa abierta, transpirada y abierta, los auriculares ciñiendo las orejas y las sienes como un dolor de cabeza y ahí valen los nombres, tienen que venir de abajo, carraspeados, desde el fondo mismo del esternón, tienen que llegar como un jadeo, lastimarte, tienen que ser llenos, digamos macizos, nutridos, eso, nutridos.
Tienen que llenar la boca, atragantarla, que se los pueda masticar, escupir, como puede ser digamos Marrapodi, viejo, Marrapodi, ¡volóoo Marrapodi y echó al córner!, Marrapodi llena lagarganta, sube, se puede arrastrar, no queda encía, muela, paladar sin Marrapodi, para deletrear casi con asco, con afonía. No. Marrapodi además volaba y se quedaba colgado en el aire con la pelota suya como un dirigible, remata, ¡vuela Marrapodi y atrapa! Roque Marrapodi, para colmo, nombre para reventarse las venas del cuello y que lloren los ojos por un solazo bárbaro de domingo a la tarde, lleno de gente porque entra Borello o quien sea y ¡tiraaa! Y allá sale disparado Marra como un lanzazo, la boca abierta, más abierta, los ojos casi en blanco, el pelo exagerado en el aire, un pie aquí, el otro allá, un manchón verde, uno gris, ese golpe en la punta de los dedos como quien puede manotear un pájaro, una gaviota, caer hecho un manojo en el aire, los bigotes misturados de césped, el olor, relojear por bajo el brazo y la ingle dónde fue a parar esa bola y gritar sintiendo la garganta afiebrada de flema volóooo Marrapodi, medio arrastrando entre los dientes y la lengua la doble erre porque ya el flaco con el fulbo bajo el brazo va a buscar la gorra que quedó en el otro palo.
O quizás Carrizo, pero menos, no tiene tanta fuerza decir Carrizo, tal vez en la zeta está ese olor a naranja, a cigarrillo, pero por ejemplo Camaratta, otro, Camaratta, vamos viejo, Camaratta, viene el centrooo... y son tenazas las manos de Camaratta, ¡dos garfios Camaratta!, cómo no va a tener tenazas Camaratta aunque no se debía tirar, a Camaratta le debían reventar pelotazos en el pecho desde medio metro y el ruido se debía escuchar hasta en la otra cuadra y viene el rebote, entró Pontoni, tiróoo, sacó Camaratta, de nuevo un balinazo en el tórax inmenso de Camaratta con el pelo mojado sobre la frente y una lluvia de sudor desprendida de su nariz y el sudor en los ojos, ¡cómo le debía picar el sudor en los ojos a Camaratta!, ¡cómo le debería picar! Y se quedaría tirado tras el tercer rebote en el suelo como un cachalote con la media derecha caída, sangrante y terrosa la rodilla, porque Camaratta siempre debía jugar en cancha de Atlanta donde es pura tierra y cada entrevero era una polvareda tremenda, donde catorce hinchas se morían de calor y odio y miles pero miles de argentinos escuchaban succionados por la radio la voz porteña del balompié, pasión de multitudes, ¡Ca-ma-ra-tta!, salvó su arco de segura caída, Camaratta carajo, no Blazina por ejemplo porque Blazina es como decir felino o colina, algo plástico, estético, Mirko volaba en treinta y tres revoluciones, ahora un brazo, después el otro, flexionar la rodilla, una gambeta blanca blanca pero todo en cámara lenta, muda, como un vacío que se hubiera chupado el rugido de la tribuna, sólo Blazina planeando, en blanco y negro para colmo, que eso no es para hinchas, es para artes visuales.
No, no se puede transmitir sin esos nombres, ojalá estuviera Marrapodi, o Camaratta, o Macarrata, o Camarrodi, Macarrata, ¡se tira Macarratta!¡Voló!, el micrófono hecho un puñal, un puñetazo sudoroso, ¿cómo puede haber un arquero García por ejemplo, García, qué se va a decir?, volóoo García, si queda en la boca esa sensación desierta y adormecida de cuando uno come pastillas de menta, volóoo García, qué mierda va a volar ese boludo. Que se quede parado para eso.

16 de julio de 2009

¿Carlos Salvador que? Estudiantes Campeón...



Por Juan Ignacio Apogliessi


“Tiene que ver, y mucho, no te confundas. El y Zubeldía forjaron la mística que acabas de ver...”

Esa fue la respuesta de un gran amigo, ante mi pensamiento de que Bilardo no tenía nada que ver con lo que había conseguido Estudiantes ayer, en la noche del silencioso Mineirao.

Muchas son las cosas que pueden decir los defensores y los detractores del Doctor con respecto a la “mística heredada” o no, de este Estudiantes en relación al histórico Estudiantes.

En vez de decir tantas cosas, resumo en pocas lineas lo que pienso.

Uno puede estar de acuerdo con una idea y no dejarla atrás. Sin embargo, más allá de que no estaré nunca alineado a la linea del Doctor, debo aceptar que su figura, al igual que la de la Bruja Juan Ramón, Pachamé, Zubeldía y tantos otros, han repercutido en la moral del actual plantel.

Sin embargo, que no me jodan con que Bilardo pregona lo que mostró Estudiantes ayer, simplemente porque nunca ha demostrado que sea así.

Abierto a la discusión de fútbol

Felicitaciones al crack de la Brujita Verón y a su Estudiantes, merecidísimo campeón de la edición número 50 de la Copa Libertadores de América.

14 de julio de 2009

De la nada a la gloria



Escrito por algún enfermo hincha de Tigre.


No se puede creer. No hay pellizco que despierte a tanta gente que sigue soñando con los ojos abiertos. Digo que sigue soñando, porque este sueño ya lleva seis años ininterrumpidos de paladares endulzados. Si en agosto de 2004 nos decían que había que sacar el pasaporte, pensábamos en ir a ver al ratoncito de Disney, a conocer la Torre Eiffel, o a patear la Gran Muralla China.

Durante años, cada sábado, camino al viejo estadio de Guido Spano y Perón, a los hinchas de Tigre se nos cruzaba alguna idea alocada por la cabeza. Sólo eso, una idea. O más que una idea, un deseo, un anhelo, una ráfaga de satisfacción. En fin, un disparate, que se esfumaba con cada patada en el culo que nos daba, una y otra vez, la realidad.

Si ganarle a San Miguel se había convertido en una de las pocas alegrías que podíamos tener en la temporada. Si Laferrere, Almirante Brown y Colegiales se habían convertido en clásicos. Si teníamos un técnico cada diez fechas y cincuenta jugadores fantasmas por campeonato. ¿Cómo no nos iba a bajar de un plumazo, la realidad, a penas levantaban vuelo nuestros corazones que no entienden de razón?

Tantos años cantando que Tigre ya estuvo en Primera y que algún día iba a volver, que íbamos a copar la Bombonera y el Monumental… Pero qué vamos a copar, si en el club cortaron hasta el agua corriente y hace años que venimos naufragando y ni siquiera nos podemos mantener en el Nacional B. Dicen que en la adversidad se hace más fuerte el sentimiento, se pone a prueba la fidelidad, el amor.

Es como reza esa bandera que vi la primera vez que fui a ver a Los Redondos: “La única manera de entender es participar”. Y sí, es así, hay que ser hincha de Tigre para entender porqué el pecho se infla cuando encontramos un hermano en el lugar más recóndito del planeta. O cuando alguien te cruza después de muchos años, y te reconoce como aquel sufrido hincha de Tigre, aunque ni siquiera recuerde tu nombre. Hay que tener sangre azul y roja para entender porqué el andar es distinto cuando el escudo acaricia el pecho.

Orgullo. Orgullo de pertenencia. Porque el mismo sentimiento aparecía cuando nos enterábamos que el Lechuga Maggiolo la metía en Colombia, en Olimpo, en Estudiantes o dónde fuera que estuviera; o que el poco disfrutado Diego Conca jugaba la Libertadores y era ídolo en Brasil. Y también, por qué no, cuando Luis Ardente salvó a San Telmo del descenso.

Con estos últimos seis años de alegrías interminables, el orgullo se recicló. Aparecen nuevos motivos para que los hinchas de Tigre andemos por la calle con una sonrisa de oreja a oreja. Y el agrande nos viene cuando vemos a Alexis Ferrero cantando el himno con la cuatro en la espalda y el pecho celeste y blanco; o a Cristian Campestrini cortando centros, invadido por la emoción.

Lo mismo nos pasa cuando algún canal de cable nos muestra el resultado del Espanyol de Barcelona, con un golazo o alguna pincelada sutil de nuestro Román. Si hasta el Patito Galmarini logró que alguna vez veamos con buenos ojos un gol de River, siempre y cuando fuese suyo, desde ya.

Hoy tenemos un nuevo motivo de orgullo, un suceso histórico para este viejo y sufrido club de la Zona Norte. De la mano de Diego Cagna, el Matador jugará una competencia internacional por primera vez en sus 107 años de vida. Creer o reventar. Propios y extraños piensan en darse la cabeza contra el cordón para comprobar que esto es real. Yo prefiero seguir soñando.

El sentimiento de orgullo se sigue renovando. Y si hace unas semanas tuvimos la satisfacción de festejar el gol número cuarenta de nuestro máximo ídolo contemporáneo, el Chino Carlos Luna, hoy ya sacamos cuentas para viajar. Eso sí, compañero de tablón o envidioso contrincante, cambiaron los destinos. En nuestro horizonte no está más la cancha de Ben Hur en Rafaela, ni el estadio salteño de Juventud Antoniana. Las monedas comienzan a juntarse para llevar la camiseta azul y roja a Uruguay o a Perú.

Sí, está bien, ya sé que primero habrá que pasar al siempre difícil San Lorenzo de Tinelli… digo, de Almagro. Pero qué me importa. Lo disfrutan nuestros abuelos que nos heredaron esta pasión, lo disfrutan tantos hinchas que llevaron los colores a cualquier rincón del mundo, lo disfruta Marcelo Cejas, cobardemente asesinado. Lo disfrutamos todos los que recorrimos canchas inhóspitas y vivimos aferrados a una ilusión: la de ver a aquel dormido Matador, rugiendo cada vez más fuerte.

De la nada a gloria me voy… Hay un nuevo Tigre caminando por Sudamérica.

6 de julio de 2009

Campeones dignos



Por Juan Ignacio Apogliessi

Lo que Huracán merecía, no lo demostró el domingo. Lo que Vélez merecía, pudo demostrarlo el domingo.

Sin embargo, se jugó mal. Poco de lo que mostraron estos dos planteles durante el torneo, se pudo ver en ese domingo de granizo y más pierna que fútbol.

Injusticias. Hablar de injusticias, es casi tan común como intrascendente. Que si convalidaban el gol de Dominguez...que el gol de Moralez fue foul previo a Monzón...que si no escondían las pelotas...y todo eso que por más discusión que se arme, Julito y su clan no escuchan.

Casi todos estaban con Cappa y su filosofía de Tiki-Tiki. Otros, estaba con Gareca y su fortín aguerrido y prolijamente vistoso.

Ganó Vélez y está bien. Porque fue quién mejor lo planteó. Huracán, mal allá de las lágrimas, debe apoyar lo que hizo su equipo, fiel representante de una historia de la que más de un quemerito está adoptando como propia, aunque siempre lo ha sido.

Atrás quedan las dudas, y las boludeces de los partidos que nos pintan como sociedad. Ejemplo típico de las recriminaciones hacia Joaquín Larrivey, por demostrar que el profesionalismo existe aún, y las vendidas de humo de las que no podemos escapar.

Más allá de todo, hay un campeón digno y es Vélez. Y el globo, también lo es.

Cebollitas dirán algunos. Pero preguntenle a los jugadores de Boca, River, Independiente, Racing, San Lorenzo, Lanús, Banfield, Estudiantes, Newells, Rosario Central, Gimnasia de La Plata, Godoy Cruz, Argentinos Juniors, Arsenal, Colón, Tigre, Gimnasia de Jujuy o de San Martín de Tucumán si no les hubiese gustado ser los cebollitas esta vez.

Sea lo que sea, y digan lo que digan, el Doctor Antifú no tiene nada, pero nada de nada, para alegrarse.

Viva el fútbol, carajo. Viva la simpleza de Gareca y la filosofía de Cappa.