9 de abril de 2008

El anochecer en la plaza

Por Juan Ignacio Apogliessi

La Plazoleta Mariano Moreno está ubicada a pocas cuadras de la estación Haedo del Ferrocarril Sarmiento. Rodeada por una escuela –Publica número 8-, una biblioteca municipal, una comisaría y un colegio evangelista, la Placita de la ocho -como la conocen los vecinos- es escenario de encuentro de estudiantes, niños, corredores, jubilados, madres, mascotas, oficiales de policía y un manicero.
Durante el día, la imagen es la misma; pero a la noche, el lugar describe otra realidad.

Pajarito, el arrepentido
“Cada día de mi vida es una incógnita que nunca termino de resolver”, reflexiona Juan Curio –alias Pajarito- sentado en el pasto, antes de llevarse la botella otra vez a la boca. Su voz denota nerviosismo pero no parece un joven de 25 años que dejó el segundo año del secundario “para no hacer nada más productivo que afanarle a los giles que se cruzan”.
Sin trabajo, El Paja habla de su familia. “Mi vieja murió, mi viejo se rajó y mi abuela se gasta todo la jubilación en remedios –dice con bronca- y encima los políticos nos cagan”, se justifica a la hora de contar que roba para luego arrepentirse. “Es duro pero es lo que me queda”, confiesa antes bostezar en un lugar cada vez menos iluminado.

Campanita, entre birra y birra
Marcelo Campuzano –Campanita- no habla mucho. Con 23 años tiene ganas de estudiar para Catador de alcohol. “Robar, no robo, solo pido prestado para escaviar algo con los pibes –explica- y siempre me dan”, cuenta entre risas.
Ex empleado del almacén de una tía, dejó de trabajar “porque de vez en cuando faltaban bebidas –confiesa- aunque siempre eran las de alcohol”, agrega aún riendo.
“Mi casa es como esta plaza, si no están los pibes estoy solo”, sentencia y busca la botella casi vacía. Prefiere tomar en silencio.

Cucho, el pacificador
Mariano Facuchone –Cucho o Cucu para los amigos- se levanta cada mañana para vender golosinas en la estación de Liniers. “A los 26 y con un hijo no podés joder”, explica como justificando su ocupación, a diferencia de los demás. A Cucho se lo nota cansado, pero avisa: “Siempre estoy porque “los amigos –se jacta- son de fierro”.
“Estos dos son copados, pero cuando se ponen en cachivaches hacen pelotudeces”, recrimina Cucu ante la mirada respetuosa de los muchachos. “Adelante mío no afanan porque los mando allá -asegura señalando la ya oscura comisaría- aunque los canas son peores que los chorros”, aclara.

Presentes al anochecer
Cerca de las 23, uno de los bancos de cemento se convierte en el lugar de encuentro de los tres amigos de siempre –aclara Cucho- para “ver que sale”.
Pese al frío, ellos no pierden su reunión de cada noche, hay algo que los hace estar ahí. “Nos conocemos del barrio y es una alta amistad”, se enorgullece Campanita frotando los hombros de los otros, como para enfrentar mejor la corriente que los hace tiritar por momentos. Se ríen, toman y cantan. Pasa un patrullero, esperan que frene pero sigue su camino. “siempre inventan algo para joder”, comenta el mayor.

Los tres se cuentan su día, se aconsejan y se despiden al cabo de 2 horas, confirmando la reunión al día siguiente.Cucho y Campa se van. Pajarito, aún en la plaza, sigue con la mirada a un hombre mayor que pasea a un Bóxer. ¿Te gustan los perros?, pregunto. “No pero mira el reloj que tiene”, confiesa encogiéndose de hombros en medio de una plazoleta que pronto se llenará de niños y estudiantes.

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