22 de abril de 2008

El viajar no es un placer


Por Juan Ignacio Apogliessi

“Como sardina” o “como vacas”, quien viaja en tren por Buenos Aires puede experimentar las vivencias de algunos de sus pares en lo que se llama el reino animal.

Viajar en tren es, hoy en día, un recurso para llegar a un lugar con muchas posibilidades de no lograrlo sin ganarse, aunque sea, un disgusto.

El Mitre, el Roca, el San Martín y el Sarmiento son algunas de las líneas protagonistas de mala manera el trazado férreo en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano.

En todas ellas, atenuado algunas veces con la presencia del aire acondicionado –sin embargo, defectuoso-, los valientes viajeros sufren día a día el recorrido hacía su trabajo o lugar de estudio, entre otras obligaciones, en condiciones pésimas. Donde entran diez, viajan veinte. Y donde entran más, viajan muchos más.

Es cierto que el imaginario de muchos de los argentinos no colabora a la hora de viajar, pero las empresas que manejan la órbita de este importante medio público no hacen otra cosa que mirar para otro lado. Mientras el negocio funcione, todo vale.

Hay Demoras, suspensiones de servicios, vagones destruidos, vandalismo y mucha desidia de las autoridades. Todo suma.

Ejemplos sobran. El Ferrocarril Sarmiento que une Moreno con Once, tiene en todas sus formaciones carteles que se jactan de que “el tren no funcionará con las puertas abiertas”. Mentira total. En el último año, curiosamente hubo un promedio de veinte accidentes mensuales con pasajeros que se caen de los trenes en marcha. Medidas teóricas hay muchas, pero en la práctica se notan fallas. ¿Como se explica, entonces, la integración de un ferrocarril de dos pisos –con un 40 por ciento más de capacidad- que se usa a las 7 de la mañana hacia Moreno y a las 18 hacia Once, siendo estos horarios pico en las direcciones contrarias? Difícil de entender.

Otro triste caso ejemplificador es el del Ferrocarril San Martín. Sus estribos, creados para que los pasajeros asciendan y desciendan del transporte, son justamente el lugar elegido por muchos para trasladarse de estación a estación.

Repetimos, está precisamente demostrado que la inconciencia colectiva del argentino medio no ayuda a mejorar la situación, pero los guardas –contratados para evitar dichas situaciones, entre otras- no se preocupan en hacer valer las leyes. Además, existe una ley que enuncia claramente que “el ciudadano que ingresa en un tren debe confiar en que el empleado ferroviario se ocupará de su seguridad y por tal condición, la empresa se hará cargo frente a eventuales accidentes”.

Las medidas y las respuestas de los responsables solo se hacen presente cuando se incendia una estación o cuando hay víctimas fatales. Pero, ¿es necesario seguir subestimando a la mala suerte en vez de prevenirla?

Por desgracia, los diferentes ferrocarriles, o bien las empresas que guían sus rumbos, siempre encuentran una excusa para hacernos viajar sencillamente como animales. Lo somos, es cierto, pero podríamos disimularlo un poco desde el máximo provecho de la característica que nos diferencia del resto de ellos: La razón, tanto de quien contrata el servicio como de quien lo presta, además de la del gobierno que negocia las concesiones.

Por ahora, es casi utópico viajar bien en tren por Buenos Aires.

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