29 de abril de 2008

Un puente costoso a la cultura



Por Juan Ignacio Apogliessi

“Cada día más gente nos visita y disfruta de nuestras miles de propuestas. Programación especial para niños y jóvenes; presentaciones de libros y firmas de autores; charlas, conferencias y paneles. Nadie puede perderse esta gran fiesta de la cultura”.

La frase que da la bienvenida a la Feria del Libro, edición 2008, es un atractivo casi tan eficiente como efímero, a los pocos minutos de recorrerla.

Sin dudas, culturalmente, este tipo de eventos son de gran importancia a la hora de acercar a la sociedad a la lectura, pero ¿cuanto hay de cierto en esta última frase? ¿Se acerca el lector común a los libros?

Sin dudas, la feria es hoy un recorrido vistoso –producto de una gran inversión económica de sus organizadores y auspiciantes- pero en el valor de los libros se nota la espectacularidad de la muestra. Entonces es preciso preguntar que tan acertada es la presentación de un evento de tanto costo si el propio lector, visitante o quien fuere, no puede acceder al material bibliográfico o lo adquiere al mismo valor –elevado- que en cualquier librería.

Hemingway, García Márquez, Saer, Gelman, Borges y tantos otros dieron a la historia genialidades cuyo valor cultural es indescifrable. Sin embargo, el bolsillo de muchos de los argentinos a los que les gustaría conocer la obra de estos grandes autores tiene un límite económico, seguramente, bastante menor. Y la feria, como lazo cultural, opta por transformarse en un nexo entre las grandes editoriales y los lectores que pueden pagar los precios que se manejan, en vez de ser la excusa perfecta para que aquel que quiera leer, lo haga sin condicionamientos económicos ni de ninguna índole.

Habría que pensar si no sería más útil una feria con más sencillez, sin tanta espectacularidad, con materiales más accesibles a todos aquellos que quieran experimentar el placer de leer las historias, novelas y relatos tan maravillosos productos de genios de la literatura o de simples escritores o comunicadores -novatos o no- que presentan sus obras y en cuyo precio parece que se percibe el valor agregado del vistoso stand.

Esto es solo un punto de vista de parte de alguien que vio a muchos de los visitantes, en los primeros días de la feria, retirarse con las manos llenas. Llenas de folletos y propagandas, y en el mejor de los casos, con algún libro.

“Nadie puede perderse esta gran fiesta de la cultura”, dice el lema. Se la pierden muchos.

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